“Por eso una fuerza, me lleva a cantar… / por eso es que canto, no puedo parar” (Caetano Veloso)
Relatos en primera persona del peregrinar en espera de un trasplante….
Por Horacio Blanc
La espera del trasplante cardíaco en la Unidad de Terapia Intensiva, implica el tránsito por un mundo extraño donde reinan la implacable luz artificial y los monótonos aparatos de resonancia. En este hábit donde acecha lo finito, el paso de las horas se referencia por el cambio de las guardias médicas. No muy distante de estas asépticas paredes, un pasillo imaginario comunica a la Sala de Espera con horarios que tabulan solidarios encuentros familiares. Para quienes allí esperan, el tiempo resulta agotador, interminable. Mucho años antes que el que esto escribe fuese sometido a trasplante cardíaco ortotópico, un proceso parecido afrontó Louis Washkansky, comerciante sudafricano de 55 años. Cardíaco y diabético, harto de sentirse mal aceptó someterse a una cirugía de trasplante por el cirujano Christiaan Barnard, siguiendo el protocolo utilizado por James Hardy de la Universidad de Missisipi, que en 1964 implantara el corazón de un chimpancé a un paciente, con una sobrevida de 90 minutos. Era entrada la noche del 2 de Diciembre de 1967, cuando Barnard y Hamilton Naki (célebre autostopista y cirujano clandestino negro) examinaron por última vez a Denisse Darvall, una oficinista de 25 años, internada con coma profundo en el Hospital Groote Schuur (Ciudad del Cabo-Sudáfrica). Conectada al respirador artificial, la joven se encontraba clínicamente muerta pero con el corazón latiendo. Tomada la decisión, Barnard dirigió a sus asistentes en la apertura del tórax de Washkansky, que yacía anestesiado en el quirófano principal, colocándole un separador a cremallera intercostal. Inventando tiempo ha por el cirujano argentino Enrique Finochietto, el separador sustituía el viejo método por el cual un asistente tenía abierto el tórax con las manos durante la operación, con el riesgo que, al cansarse, soltase los bordes quedando instrumentos y algún dedo dentro del paciente. En el quirófano secundario, Hamilton Naki extraía (ablacionaba) el corazón de la joven Darvall, poniéndolo en un recipiente con solución salina helada para trasladarlo al quirófano principal. Allí fue conectado a una bomba cardiopulmonar por la que circulaba la sangre de Washkansky. Extrajeron a este su dilatado corazón, colocando (implantando) en su lugar el de Darvall. Apagada la bomba y con el nuevo corazón amoratándose por ausencia de sangre, contra reloj Barnard y Naki fueron cerrando, uniendo y cociendo con nudos corredizos aorta, cavas y arterias. Volvieron a conectar la bomba para llenar el corazón con sangre, haciéndolo latir con choques a alto voltaje de un desfibrilador. En la mañana del día 3, Washkansky era llevado a la sala de cuidados intensivos. Una grave neumonía terminaría con su vida doce días después. En el mes de Enero de 1968, Barnard y Naki reiterarían con éxito una nueva operación, implantando al Dentista Philip Blaiberg el corazón del joven negro Clive Haupt. Ajeno al escándalo desatado en un país dominado por el Apartheid, esta vez el joven corazón (que no era negro, sino igual a todos) estuvo funcionado durante 563 días. Desde entonces y hasta hoy, la tecnología aplicada a la ciencia médica ha ido en continua evolución, llegando a lograr niveles de sobrevida que se estiman en un 96% por cada año posterior al año del trasplante. Según cifras brindadas por el INCUCAI, gracias a la tecnología y la sanción de la Ley N° 26.066 (4/6/2005), se realizan en la Argentina alrededor de 2.000 trasplantes de órganos anuales (corazón, hígado, riñón, córneas, pulmón). Esta norma conocida como del “donante presunto”, modifica e invierte los términos de la anterior ley N° 24.193, considerando donante a todo ser humano que no manifieste expresamente su voluntad en contrario. No obstante, poco se logrará en la búsqueda de una solución a decenas de miles de enfermos inscriptos en listas de espera, si la sociedad no se concientiza en el mensaje solidario boca a boca, retransmitiendo diarias experiencias exhibidas en medios audiovisuales y redes sociales, para que todo aquel que deba entender la cuestión de que se trata, comprenda en su real dimensión el valor de obrar por el bien común; de hacer un gesto solidario hacia una ignota familia, que en algún lugar del país se encuentra ante un callejón sin salida. De allí el hondo significado que tienen fechas íconos: primer TXC por Barnard y Naki; aniversario del deceso del cirujano cardiovascular René Favaloro; sanción de la Ley del Donante Presunto; nacimiento del primer hijo de una mujer con trasplante hepático en el país, etc. Llevo en custodia, hasta que Dios diga otra cosa, el corazón de un joven rionegrino de 22 años, fallecido en Viedma horas previas a la navidad del 2003, como secuela de un accidente ocurrido en su natal San Antonio Oeste. Siguiendo el trámite de la Ley 24.193 entonces vigente, meses antes expresó su voluntad de ser donante en ocasión de la consulta concomitante a las elecciones comunales. Por extraña coincidencia, una cardiopatía irreversible determinaba mi inclusión en lista de emergencia nacional e internación en la Fundación Favaloro. El solidario gesto del donante y la generosa actitud de sus padres respetando la voluntad del único hijo, posibilitaron que su corazón reemplazara mi agotado compañero de ruta. Desde entonces, para ambas familias todos los diciembres serán íconos de sentimientos compartidos. Una comunión solidaria que trascenderá a la más imaginaria prosa que pueda osar escribir día alguno.