El sentido común nos lleva a “mirar” siempre al enfermo crónico necesitado de especiales y continuos cuidados, olvidándonos de aquella persona que lo cuida y atiende permanentemente. ¿Cómo se siente una cuidadora en esta situación? ¿Alguien le pregunta como está o si le pasa algo? ¿Quién sostiene a la cuidadora? ¿Puede sostenerse sola?
La posibilidad de cuidar a otro enfermo crónico implica un rol circunscrito a ciertas características que, si además se le adjunta la variable de género (ser mujer) hacen que este rol adquiera un entrelazado de significaciones que no siempre generan bienestar.
Ser mujer en nuestra cultura adquiere valores de altruismo, sensibilidad, instinto maternal que ligan obligadamente a la mujer a perder los ojos en sí mismas. En consecuencia este enceguecimiento por el otro, hace que haya un descuido en la propia persona del cuidador. Sin embargo, nos olvidamos que si uno se descuida a si mismo no puede cuidar al otro de manera saludable y efectiva.
Por lo tanto el punto de partida significará el propio fortalecimiento de la cuidadora que, por las circunstancias de la vida le fue asignada este rol, pueda “mirarse” para satisfacer sus propias necesidades y proyectos. Esto generará en la cuidadora sentimientos de competencia y autosatisfacción que le permitirán sostener al otro en su padecer de manera saludable.
El rol de cuidadora familiar afecta el bienestar físico y emocional de la persona que lo corporiza. Afecta su trabajo, sexo y su vida familiar ya que la enfermedad del otro en sí, es un evento estresante adicional. Y si agregamos la tendencia de la cuidadora a renunciar a aquellos aspectos que formaron su proyecto de vida, por la situación de enfermedad que debe afrontar, el descuido es aún mayor. En conclusión, aumenta el malestar en una persona que supuestamente debe generar bienestar en el otro.
Es por ello que el desafío implicará orientar un proceso que permita el crecimiento mutuo, el propio como cuidadora y el del otro en su condición de enfermo crónico. Esto significa que la mujer que ejerza su rol de cuidadora pueda crear espacios propios de autonomía y así y a su vez, permitir al otro que construya su lugar mediante sus propias herramientas para afrontar la situación de enfermedad.
Lic. Alejandra Balyk Zaccagnini
Psicóloga de la salud.
MP 1036